Los días pasan
Des de muy pequeñita he vivido en contacto con la naturaleza, mis abuelos paternos vivían en la montaña, aún más aislados que nosotros, tenían cabras, cerdos, conejos, gallinas, perros, gatos,.... Tengo muchísimos recuerdos de una infancia muy feliz, bajando por las tardes con mis abuelos a dar de comer a las cabras y a los cabritos, íbamos mi primo y yo, cada uno con una libreta y allí apuntábamos el nombre y número de cabra que estaba alimentando a cada cabrito y, así llevábamos un control de quién había comido y quien no. Para nosotros era un juego de mayores.
Ahora, echando la vista a tras, veo y entiendo mejor lo duro que era. Cuándo mis primos y yo nos levantábamos mi abuelo ya hacía horas que había salido a pastar con las cabras y mi abuela hacia rato que estaba repartiendo comida para todos los animales. Eso sí, las comidas del día las hacíamos todos juntos. Para desayunar siempre teníamos una buena rebanada de pan con lo que quisiéramos, mi abuelo siempre se la comia con tomate y muchísimo aceite y una pieza de fruta, mis primos y yo éramos más golosos, las nuestras eran con mantequilla (o aceite) y azúcar o cacao en polvo.
Después de ese súper desayunos, nuestra única preocupación era jugar en el monte, mientras que mi abuelo, que era ceramista a parte de pastor, empezaba su jornada laboral en el torno, del que no se levantaría ya hasta la hora de comer y, mi abuela, se ocupaba de las faenas de la casa, de alimentar al resto de animales y de ese fantástico jardín que tenía tan bien cuidado en la parte delantera.
Al pasar las horas en el bosque, ensuciandonos, rascando nos las rodillas y los codos, en el momento más emocionante de nuestro juego de oía a lo lejos la vos de la iaia: "neeeeeeeens, a dinaaaaaaar!" (que potencia de voz que tenía la iaia). Nos esperaba para comer qualquier cosa deliciosa, porque (aún que suene a tópico) que bien cocinaba mi abuela. Nos mandaba a buscar al avi a su taller donde muchas díass me había quedado ahí, de pie, mirando como moldeaba el barro con sus robustas manos de 9 dedos (le faltaba un índice) durante horas, que precisión en el trabajo....
Todo lo que recuerdo era bonito y feliz pero, si echo la vista a tras me doy cuenta de lo dura que era la vida en el campo pero de la felicidad que se respiraba en aquella casa. La alegría de ir a dar de comer a las gallinas y arrancar las hierbas del huerto mientras mirábamos cómo crecía todo aquello que habíamos plantado.
Era agotador un día en esa masia, con nuestras travesuras y nuestras excursiones al río y para recuperar fuerzas siempre había, tanto en invierno como en verano, una deliciosa sopa hecha por mi abuela. Y dormir en esas camas altísimas era el mejor reconstituyente para empezar al día siguiente con energías renovadas.
¿Será por eso que disfrutamos tanto ahora de el día a día con nuestros animales?
Un saludo de la Cabroneta 🐐🐏🐓🐔🐔🐔🐔🐔
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